Giordano
Bruno nació en enero o febrero de 1548 en la pequeña localidad de Nola (en la
Campania, cerca de Nápoles). Su nombre original fue Filippo, que luego cambió
por el de Giordano. Sus padres fueron Giovanni Bruno y Francesca Savolino.
Muy joven
emprende el viaje a Nápoles (1562) para estudiar Humanidades y Dialéctica;
tres años después ingresa como novicio al convento de Santo Domingo,
convirtiéndose, en 1572, en sacerdote. En 1575 obtiene el doctorado en
Teología.
Su
primigenia formación aristotélica, marcada por la óptica de la obra de Santo
Tomás, muy pronto fue transformada gracias a las lecturas de autores como
Averroes y Avicebron, quienes lo orientaron hacia una interpretación
diferente de Aristóteles.
Su
avidez por el conocimiento lo llevó al estudio de los poetas y filósofos
menos aceptados en la época; se interesó profundamente por la obra de
Heráclito, Parménides, Demócrito, Lucrecio y Plotino, así como por Raimundo
Lulio, Nicolás Copérnico y Nicolás de Cusa.
Como
resultado de sus lecturas conformó un pensamiento crítico de extraordinaria
originalidad, que lo hacía desesperarse y reaccionar con vehemencia ante la
ignorancia de sus compañeros de claustro, quienes con absoluta
superficialidad dictaminaban sobre el carácter herético de todo planteamiento
que se alejara de la ortodoxia aceptada.
En
1576, a raíz de su ardiente defensa de Arrio por considerar errónea la
interpretación oficial de la Iglesia al respecto, se le instruyó un proceso
por herejía; entre otras cosas se descubrió que había leído a Erasmo, lo cual
violaba la prohibición expresa de la orden. Bruno decidió escapar y se
dirigió a Roma, desprendiéndose del hábito. Durante dos años vagabundeó por
Liguria, Piamonte, Veneto y Lombardía.
Para
1578 se encuentra en Venecia, donde publica Dei segni dei tempi (Acerca
de las señales de los tiempos), obra de la que no se han conservado
ejemplares. Convertido en filósofo errante, al siguiente año se traslada a
Chambéry y posteriormente a Ginebra, esta última dominada por el calvinismo,
al cual se adhiere momentáneamente.
No
obstante, muy pronto descubre que ha pasado de una intolerancia a otra, pues
sus críticas al teólogo Antoine de la Faye provocan su detención,
encarcelación y posterior excomunión. Aunque tras reconocer su culpa es
perdonado, inmediatamente abandona Ginebra cargado de una profunda repulsión
al calvinismo, al que a partir de entonces denominará la “multiforme
herejía”.
Se
dirige a Francia y establece su morada en Tolosa, en cuya universidad obtiene
el doctorado en Artes Liberales, y gana por concurso la cátedra en Filosofía.
En esta ciudad publica Clavis Magna (La gran llave), de la que
tampoco se conserva ningún ejemplar.
Durante
su estancia en Tolosa, Bruno despertó la enemistad de los filósofos
peripatéticos. Corría 1581 cuando decide emigrar a París, en donde conoce a
los grupos neoplatónicos; su extraordinaria cultura despierta gran interés, y
tanto su agudo ingenio como el conocimiento de las artes combinatoria y de la
memoria (mnemotécnica) atraen la atención del rey Enrique III.
En 1582
publicó De umbris idearum (Las sombras de las ideas), Cantus
Circaeus (El canto de Circe) y De architectura et commento
artis Lulli (Arquitectura y comentario del arte de Lulio), así
como una obra satírica: Il Candelaio (El candelabro). A
diferencia de las anteriores, estas obras sí se conservan En
ellas, se adhiere al neoplatonismo, abandonando su anterior materialismo,
pues reconoce haber estado cegado por la maga Circe (la materia), y apunta
algunos de los problemas y enfoques que abordará en sus obras de plenitud.
Así vemos cómo, a través del arte luliano, intenta construir un sistema
relacional entre las ideas para reconstruir la realidad.
Dicho
arte combinatorio es, según Bruno, particularmente adecuado para el arte de
la memoria, fundando éste en las leyes de la asociación mental. Tal
concepción, que plantea la unidad del principio que anima al universo, lo
conduce a la afirmación de la unidad de la naturaleza. En El c No
obstante que en París la vida de Bruno transcurre sin sobresaltos, en 1583
decide abandonar Francia y se traslada a Inglaterra. En Londres publica
inmediatamente tres obras dedicadas al arte mnemónico: Ars reminiscendi
(El arte de recordar), Triginti sigillorum explicatio (Explicación
de los treinta sellos) y Sigillus sigillorum (El sello de los
sellos), que le abren las puertas de la Universidad de Oxford, en donde
enseña filosofía y astronomía, a decir de unos, o cosmología e inmortalidad
del alma, según otros.
En las
obras anteriores, principalmente en El sello de los sellos, reafirma
su concepción parmenideana de que todo es uno y exige la búsqueda de “... lo
uno en cada ser múltiple, y lo idéntico en cada ser diverso” 1. En
Explicación de los treinta sellos se anuncia a sí mismo como
“despertador de las almas dormidas, domador de la ignorancia presuntuosa y
recalcitrante proclamador de una filantropía general”.
La
estancia de Bruno en Oxford fue breve, pues la audacia de sus ideas y su
habilidad en las disputas levantaron los ánimos en su contra. Para junio de
1583 regresa a Londres; ahí el embajador francés Michel de Castelnau lo
introduce en la corte. Sin duda fue bien recibido; incluso conoció
personalmente a la reina Isabel.
Los
años de 1584 y 1585 fueron muy productivos. En ese lapso publicó La cena
de le ceneri (La cena de las cenizas), De la causa, principio e
uno (De la causa, principio y uno), De l’infinito universo e
mondi (Del universo infinito y mundos), Spaccio de la Bestia
trionfante (La expulsión de la Bestia triunfante), Cabala del
cavallo Pegaseo con l’aggiunta del asino cillenico (Cábala del caballo
Pegaso con agregado El asno cilénico) y De gli Eroici Furori (De
los furores heroicos), que representan la culminación de la filosofía
bruniana.
Ésta
pretende una transformación total, no negando el pasado sino asimilándolo de
una manera nueva, como se desprende de lo dicho en La cena de las cenizas:
“... nosotros somos más viejos y tenemos más larga edad que nuestros
predecesores ...”, aunque algunos “... que han venido después no hayan sido,
sin embargo, más sagaces de los que vivieron antes y que la muchedumbre de
los que existen en nuestro tiempo no tiene, a pesar de ello, más agudeza,
sucede porque aquéllos no vivieron y éstos no viven de otros años y, lo que
es peor, éstos y aquéllos vivieron muertos en sus propios años”. La
cosmovisión de un mago: Giordano Bruno, un hombre del Siglo XVI
La cena
de las cenizas comprende cinco diálogos que se desarrollan en el ocaso,
durante el primer día de la Cuaresma (miércoles de ceniza), de donde proviene
el sugerente título de la obra. Los cuatro personajes (Teófilo, Smitho,
Prudencio y Frulla) concurren a un banquete en donde discuten sobre temas
filosóficos, con preeminencia por las cuestiones astronómicas, de forma tal
que Teófilo va delineando la concepción bruniana, o de la “nolana filosofía”,
en temas como la defensa del heliocentrismo copernicano, el papel de las
Sagradas Escrituras, la crítica al aristotelismo escolástico, su avanzadísima
concepción de “sistema físico” y la infinitud del universo.
Bruno
plantea que “... en los divinos libros puestos al servicio de nuestro
intelecto no se tratan demostraciones y especulaciones relacionadas con las
cosas naturales, como si fuesen libros de filosofía, sino que, en gracia a
nuestro entendimiento y sentimientos, se ordena por medio de leyes la
práctica de las acciones morales”.
Una vez
desechadas las Escrituras, en sentido discursivo, ataca a los filósofos escolásticos,
pues “...en cuanto a la multitud que se gloria de tener a su lado filósofos,
debiera considerar que, en tanto que esos filósofos están acordes con el
vulgo, han producido una filosofía vulgar; y por lo que toca a vosotros que
os alineáis bajo la bandera de Aristóteles, os advierto que no debéis
gloriaros de entender lo que entendió Aristóteles, y ahondar en lo que éste
ahondó; puesto que existe grandísima diferencia entre no saber lo que él no
supo y saber lo que supo él ... y donde ese hombre de bien fue docto y
juicioso, creo y estoy segurísimo que todos juntos estáis demasiado alejados
de él”.
Su
labor de romper con el pasado compromete a Bruno con el futuro, que él atisba
como ningún otro en el sistema heliocéntrico de Copérnico, al cual acepta sin
la menor duda, llevándolo a argumentar en favor del movimiento de la Tierra y
cómo con “la Tierra se mueven, por tanto, todas las cosas que se encuentran
en ella”.
Plantea
implícitamente su concepto de sistema físico, en el que los cuerpos participan
del movimiento terrestre por el simple hecho de estar en la Tierra, y no por
participar de su naturaleza.
Este
proceso de destrucción-construcción literalmente le permite volar en sus
especulaciones para plantear, con audacia incomparable, que “...nosotros, que
en el universo vemos un cuerpo etéreo, aéreo, espiritual, líquido... sabemos
con seguridad que, siendo efecto y estando principiado por una causa infinita
y principio infinito, debe, según su capacidad corporal y modo suyo, ser
infinitamente infinito”.
En Sobre
el infinito universo y los mundos reitera la idea de la infinitud del
universo y la innumerabilidad de los mundos, aunque con diferentes personajes
(ahora se esconde tras Filoteo).
En este
diálogo proliferan los argumentos brillantes relativos a la infinitud, como
el relativo al hecho de que si fuera finito, debería existir un límite, fuera
del cual “... no haya cuerpo vacío, aunque allí esté Dios, ya que la
divinidad no existe para llenar el vacío y, por consiguiente, no le
corresponde poner término al cuerpo de alguna manera, pues todo aquello que
se dice que pone término o es forma exterior o es cuerpo continente. Y de
cualquier modo que quisieras expresarlo, sería menoscabador de la divinidad
de la naturaleza divina y universal” 7.
Como
señala Koyré: “Uno se queda confundido ante la audacia y el radicalismo del
pensamiento de Bruno, que opera una transformación (verdadera revolución) de
la tradicional imagen del mundo y de la realidad física. Infinidad del
universo, unidad de la naturaleza, geometrización del espacio, negación del
lugar, relatividad del movimiento: estamos muy cerca de Newton.
El
cosmos medieval ha sido destruido; se puede decir que desaparece en el vacío,
llevándose consigo la física de Aristóteles y dejando sitio para una ciencia
nueva que, no obstante, Bruno no podrá fundar” 8.
En De
la causa, principio y uno se plantea la unidad divina de la naturaleza
infinita en la que la materia representa la potencia, a través de la cual las
formas llegan a ser lo que son. En esta obra, la constitución del cosmos
sirve no sólo para fundar una nueva filosofía, sino para desbrozarle el
camino a la magia y arribar a la reforma de la mente.
En su
proyecto, la filosofía representa sólo la vía racional y discursiva para
dicha reforma, la cual, en La expulsión de la Bestia triunfante, se
efectúa en el cielo, entendido éste como metáfora, emblema e incluso
jeroglífico de la mente. Escrita también en forma de diálogo, en La
expulsión de... hace comparecer en el Olimpo a las deidades para efectuar
la reforma del cielo; así, desplaza a las constelaciones viciosas y las
sustituye por nuevas.
De esta
forma, la Bestia (conjunto de vicios reinantes) es expulsada del cielo y, a
manera de ejemplo, “... donde estaba la Osa, por razón del lugar, ya que es
la parte más eminente del cielo, se antepone la verdad, la cual es más alta y
digna que todas las demás cosas ...Y, junto con la Osa descienden la
Deformidad, la Falsedad, el Defecto, la Imposibilidad, la Contingencia, la
Hipocresía, la Impostura, la Felonía...
En el
sitio donde se hace oblicuo y se curva el Dragón, por estar cercano a la
Verdad, se coloca a la Prudencia con sus doncellas, la Dialéctica y la
Metafísica, que tiene contiguas, por la derecha, a la Astucia, la Sagacidad y
la Malicia y, por la izquierda, a la Estupidez, la Inercia y la Imprudencia”
9. La reforma del cielo es la de la mente, a través de la
transformación de los valores morales.
Por su
parte, los diálogos Cábala del caballo Pegaso y El asno cilénico
pretenden despejar el camino a aquellos que buscan el ascenso a la unidad con
la infinita divinidad, mediante el derribamiento del gran obstáculo de la
sabiduría: La Santa Ignorancia.
En Los
furores heroicos se compendia la actitud del verdadero filósofo, el
furioso, quien se acerca a la divinidad no aceptando las normas
preestablecidas, pues su propio saber le marcará el camino.
Está
orgullosa, incluso soberbia, afirmación de libertad contenida en el concepto
trágico de “furor heroico”, representa la suprema categoría moral que lo
separa, definitivamente, de la realidad terrenal e incluso del resto de los
pensadores que, a su manera, están transformando el mundo de una forma menos
radical, pero tal vez más susceptible de ser puesta en práctica.
Como
las obras anteriores empiezan a provocar reacciones violentas en su contra,
cuando su protector Castelnau es llamado de vuelta a Francia, en el otoño de
1585, Bruno lo acompaña en su regreso, pero a su llegada Castelnau ya ha
caído de la gracia política y Bruno se concentra en el estudio y la
escritura. Escribe Arbos philosophorum (Árbol de los filósofos),
que no llegó hasta nuestros días.
En 1586
publica Figuratio Aristotelici Physici Auditus (Representación de
la auscultación física de Aristóteles) y Dialogui duo de Mordentis propre
divina adinventione (Diálogos propios acerca de las invenciones casi
divinas de Mordente), este último sobre los pretendidos descubrimientos
matemáticos del geómetra Fabricio Mordente. En agosto de este año expone, en
la Universidad de París, sus 120 tesis contra el aristotelismo: Centum et
viginti articuli de natura et mundo adversus Peripateticos (Ciento
veinte artículos sobre la naturaleza y mundo contra los Peripatéticos),
mostrando que, a diferencia de muchos de sus detractores, él sí conoce la obra
de Aristóteles; se arma tal revuelo que Bruno decide abandonar París y viajar
a Alemania. En Wittenberg solicita una cátedra, y le es otorgada.
Durante
1587 publica De progressu et lampade venatoria (Sobre el progreso y
la lámpara de las invenciones) y De lampade combinatoria (Sobre
la lámpara de las combinaciones). Paralelamente escribía otras dos obras:
Animadversiones circa lampaden lullianam (Observaciones acerca de
la lámpara luliana) y Lampas triginta statuarum (Lámpara de las
treinta estatuas) en las que trata, entre otras cosas, la trinidad
neoplatónica y varias demostraciones de la sustancialidad del alma.
En 1588
publica Acrotismus camoeracensi, que es una nueva edición de lo
publicado en París en contra de la filosofía peripatética. En este mismo año
y dado que en Wittenberg el calvinismo empieza a tener relevancia, decide
abandonar la ciudad, no sin antes redactar Oratio Valedictoria (Saludo
de despedida), dirigida a la ciudad que lo albergó durante dos años.
Bruno
se traslada a Praga, a la corte de Rodolfo II, a quien presenta De
specierum scrutinio (Acerca de la investigación de las especies),
pequeño tratado sobre el arte luliano, y Articuli centum et sexaginta
adversus huius temporis mathematicos et philosophos (Ciento sesenta
artículos contra los matemáticos y filósofos de nuestro tiempo), en donde
arremete contra las teorías matemáticas, intentando sustituirlas con otras de
su invención.
Aunque
estos escritos le granjearon la simpatía de Rodolfo II, no fueron suficientes
para conseguirle trabajo; así, a finales de 1588 se traslada a Helmstedt, en
donde vive hasta 1591, haciendo varios viajes a Frankfurt; también pasa una
temporada en Zurich.
Las
obras de este periodo son: De imaginum signorum et idearum compositione
(Sobre la asociación de las imágenes, los signos y las ideas), cinco
tratados en donde agrega, a los múltiples temas tratados anteriormente, el de
la magia, y que llevan por título De Magia (Sobre magia), Theses
de Magia (Tesis de magia), De magia mathematica (Sobre
magia matemática), De rerum principiis (Sobre los principios de
las cosas) y Medicina Luliana (Medicina Luliana), así como Summa
terminarum metaphisicorum (Suma de los términos de metafísica), Entis
descensus seu applicatio (Descenso o aplicación del ente), y tres
poemas: De triplici minimo et mensura (Sobre el triple mínimo y la
triple medida), De monade, numero et figura (La mónada, el
número y la figura) y De inmenso et innumerabilis, seu de universo et
mundis (Acerca de lo inmenso y los innumerables, o sea el universo y
los mundos).
Sobre
la asociación de las imágenes, los signos y las ideas es una recapitulación de los
tratados mneménicos ya publicados, en los que —como señala Gomez de Liaño— el
arte de la memoria representa “... no sólo el intento de fabricar una mente
artificial y de darle un teatro y una ciudad para que le sirva de espectáculo
y habitáculo transparente de sí misma, sino también la indicación del proceso
que apunta a la unificación mágica del entendimiento...”.
En este
arte, el arsenal de imágenes y formas representan la puesta a punto de los
ejercicios espirituales que posibilitarán la reforma de la mente, de forma
tal que la imaginación y los diagramas o figuras serán vehículos del alma que
operan entre lo temporal y lo eterno. En esta obra —última que publica en su
vida— memoria, arte y método le permiten acceder al conocimiento de la
divinidad.
En los
tres poemas regresa a sus teorías metafísicas y cosmológicas, recurriendo al
atomismo y confrontando al aristotelismo y al tolomeísmo; reafirma así su
idea sobre la infinitud del universo copernicano.
Los
cinco tratados de magia son la culminación de muchas ideas filosóficas de
Bruno. En ellos, después de haber saldado cuentas con los filósofos, se
precipita en la magia, pero no rompiendo con su cosmología, sino
integrándolos en una cosmovisión extremadamente compleja. Giordano
Bruno, mártir de la libertad
En De
Magia, aclara que “Mago equivale a sabio, como eran los Trimegistos en
Egipto, los Druidas en la Galia, los Gymnosofistas en la India, los
Cabalistas entre los hebreos, los Magos en Persia desde Zoroastro, los
Sophi en Grecia, los Sapientes entre los latinos”. Clasifica, por decirlo de
alguna manera, a la magia en natural, fantasmagórica, filosofía oculta, magia
de los desesperados, nigromancia, maléfica, etcétera, aunque aclara que “...
generalmente entendemos la magia de tres maneras: divina, física y
matemática”.
De
acuerdo a su teoría, los magos deben tener por axioma “...que Dios influye en
los Dioses, los Dioses en los astros (o cuerpos celestes) ... los astros en
los demonios ... los demonios en los elementos, los elementos en los mixtos,
los mixtos en los sentidos, los sentidos en el alma, el alma en el animal
entero y éste es el descenso de la escala”, para, a continuación, recorrer la
escala a la inversa y arribar al alma del mundo o espíritu del universo, y
“... por éste a la contemplación de la unidad simplicísima, óptima, máxima,
incorpórea, absoluta, autosuficiente” 14.
Los
textos mágicos, junto con la filosofía y la mnemotecnia, completan el
círculo. Él, como mago, construye —como propone en sus textos— los vínculos a
través de los cuales el discurso pretende convertirse en un espejo en el que
se refleja el mundo.
A decir
de Yates: “... cuando se cita a Bruno en el contexto de la tradición
hermética del Renacimiento, su filosofía, su magia y su religión pueden verse
como parte de una visión de la naturaleza y del hombre que, por extraña que
sea, es sin embargo perfectamente coherente dentro de sus propias premisas”.
Estando
en Frankfurt, a través de un librero recibe la invitación para transladarse a
Venecia y enseñarle el arte de la memoria a un noble veneciano llamado Juan
Mocenigo. En agosto de 1591 se traslada a Venecia, aunque hace una escala de
tres meses en Padua.
Allí
encuentra a un discípulo llamado Bessler, a quien dicta dos obras: De
sigillus Hermetis et Ptolomaei (Sobre los sellos de Hermes y Ptolomeo)
y De vinculis in genere (Sobre las fuerzas atractivas en general).
En esta última plantea que el mago vincula por la virtud del gran demonio,
que es el amor.
Finalmente
Bruno llega a casa de Mocenigo, a quien no satisfacen las enseñanzas ni el
carácter del “nolano”, y el 21 de mayo de 1592 lo hace encerrar en una
buhardilla de su casa y lo delata al Santo Oficio. El 26 de mayo es
encarcelado, requisándosele todos sus escritos y cartas.
En
enero de 1593, ante el reclamo del Papa es transportado a las cárceles de la
Inquisición romana, y se le encarga al Comisario General y al jesuita
Bellarmino el estudio tanto del proceso que se le siguió en Venecia como de
su obra.
Aunque
los archivos del proceso están perdidos, se ha logrado reconstruir gran parte
del mismo. Así podemos concluir que se le hicieron diez censuras y se le
imputaron ocho proposiciones heréticas, entre las que se encontraban el
rechazo a la transubstanciación, la negación de la Trinidad —al afirmar la
prioridad del Padre y la subordinación del Hijo—, la afirmación de la
pluralidad de los mundos y la teoría de la presencia del alma en el cuerpo
(como el piloto en el barco). Las restantes proposiciones, consideradas
heréticas, nos son desconocidas.
Podemos
percatarnos que la acusación se daba tanto en el terreno estrictamente
teológico como en el filosófico, aunque también puede inferirse lo absurdo de
considerarlo —como algunos autores afirman—un mártir de la ciencia que fue
perseguido por su copernicanismo.
Después
de siete años de encarcelamiento, en el interrogatorio del 15 de febrero de
1599 Bruno vacila y parece estar dispuesto a abjurar de “sus errores”, pero
recupera la entereza y en los interrogatorios posteriores se niega a
retractarse.
El 20
de enero de 1600 el papa Clemente VIII ordena que se dicte sentencia, y el 8
de febrero se le declara apóstata, herético, impenitente, pertinaz y
obstinado. Bruno es expulsado del seno de la Iglesia y entregado al brazo
secular para que se cumpla la condena de morir en la hoguera.
Ante la
lectura de la condena, Bruno declara: “Tenéis acaso más miedo vosotros en
pronunciar la sentencia contra mí, que yo en recibirla”.
Pareciera
ser que las palabras de Sofía, en La expulsión de la Bestia triunfante,
se cumplían puntualmente: “Las tinieblas ocultarán la luz. A la muerte se le
tendrá por más provechosa que la vida. Por loco se le tendrá al religioso,
por vacío al prudente, por valeroso al furioso, por bueno al malvado. Y
creedme que incluso se dictará la pena capital contra quienes se dediquen a
la religión de la mente”.
El 17
de febrero de 1600, en las primeras horas de la mañana Giordano Bruno fue conducido
al Campo de las Flores, en donde murió quemado vivo.
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