Fulcanelli, la historia del último alquimista

El editor Jean Schemit publicaba libros raros. Todavía eran los años locos de París y él se propuso contribuir con su aporte a la difusión de obras poco convencionales, reediciones de textos olvidados, descubrimientos, extravagancias, ocultismo. 


En los primeros días de 1926, un invierno frío, recibió la visita de un hombre de corta estatura, robusto, con los cabellos largos y un bigote delgado con las puntas afiladas a la vieja manera francesa, envuelto en una capa decimonónica.

Este personaje conversó con el editor acerca de los estilos arquitectónicos y en especial del gótico medieval, haciendo referencia a que se trataba del argot —la raíz art goth ¿una jerga como expresión de un arte divino?—, un idioma secreto, simbólico, grabado en las piedras antiguas de la Edad Media, especialmente en las catedrales góticas llamadas así por ello. 

Le dijo se trataba del “lenguaje verde”, el color de la iniciación. Se mostró como un conocedor del hermetismo y de la cábala solar, como alguien capaz además de descifrar el significado de retruécanos antiguos.

Luego de un rato el hombre se retiró habiendo impresionado al editor quien no entendía bien a bien el motivo de la visita.

Unos días después un hombre llamado Eugéne Canseliet, le llevaría el manuscrito de El misterio de las catedrales. Interpretación esotérica de los símbolos herméticos de la gran obra, firmado por un misterioso Fulcanelli.

Leería el libro con gran interés, en sus páginas se encontraban referencias sobre la jerga, el arte gótico, la cábala solar, la alquimia. Un texto sin duda fascinante. En la última página, un párrafo decía en alusión al trabajo del alquimista:

“Por último, cuando el éxito haya consagrado tantos años de labor, cuando sus deseos se hayan cumplido, el sabio, despreciando las vanidades del mundo, se aproximará a los humildes, a los desheredados, a todos los que trabajan, sufren, luchan y lloran aquí abajo. Discípulo anónimo y mudo de la naturaleza eterna, apóstol de la eterna caridad, permanecerá fiel a su voto de silencio”.

Schemit decidió publicar una edición de lujo de trescientos ejemplares. Canseliet firmaría el contrato a nombre de Fulcanelli y para ilustrar el libro presentaría a Jean-Julien Champagne, quien resultaría ser aquel visitante extraño y erudito. Si bien las ilustraciones de este dibujante no estaban completamente a la altura de un texto singular, profundo y bien escrito, cumplían el cometido de exponer con claridad los símbolos estudiados en la obra.

A pesar de los pocos ejemplares editados, el libro causó una gran conmoción y produjo la leyenda de Fulcanelli, un alquimista del siglo XX cuya identidad no sería revelada nunca por Canseliet, prologuista y discípulo suyo.

Otro libro, un grueso volumen titulado Las moradas filosofales, dedicado a los Hermanos de Heliópolis sería dado a conocer después con la firma de Fulcanelli.

Se comenzó a decir que éste había logrado culminar la Gran Obra, en su sentido material y espiritual, porque no sólo era un autor erudito y capaz sino él mismo era un maestro alquimista. Así entonces, Fulcanelli tenía más de 100 años de edad aparentando la mitad porque era poseedor del elíxir de la vida. 

La advertencia de Fulcanelli con respecto a la Energía Atómica

Fulcanelli advirtió en 1937 de los peligros de la fisión atómica, según relató Jacques Bergier, al reseñar una visita suya al laboratorio donde trabajaba (al parecer su visitante fue en realidad R. A. Schwaller de Lubicz, miembro del grupo de los Hermanos de Heliópolis fundado precisamente por Champagne).

Fulcanelli desapareció en los días de la Liberación de París y fue buscado por el organismo antecedente de la CIA pues sus comentarios parecían hacerlo conocedor de los intentos de los alemanes o del Proyecto Manhattan, es decir, de la fabricación de la bomba atómica por parte de los estadounidenses.

En cada prólogo de las reediciones de su obra, Canseliet se encargaría de abonar a la leyenda de su maestro. El mismo rubricaría una investigación sobre la alquimia hermética, respetada por estudiosos serios como Elémire Zolla o Mircea Eliade.

Sin embargo, el misterio de Fulcanelli parece haber sido resuelto por Robert Ambelain en plena ocupación alemana de París, quien además de miembro de la Resistencia era un estudioso del hermetismo, admirador de Fulcanelli.

Él se entrevistó en esos días difíciles para Francia con Jean Schemit, testigo del trato de maestro que Canseliet le daba a Jean Julien Champagne, muerto en 1932 en la absoluta miseria de una buhardilla parisina, con las piernas gangrenadas y el hígado deshecho por el ajenjo.

En su tumba grabaron en su epitafio: Aquí descansa Jean-Julien Champagne, Apostolicus Hermeticae Scientaiae, 1877-1932, es decir, las tres siglas AHS que acompañaban la firma de Fulcanelli en sus manuscritos.

En la última ilustración de la primera edición de El misterio de las catedrales aparece un escudo Uber Campa Agna, que de acuerdo a la cábala fonética se escucha como Huber Champagne el nombre del padre del ilustrador, siendo así la rúbrica del libro una pista de su propia identidad.

En la biografía de Champagne hay otros dos datos: su estancia en un castillo de Ferdinando de Lesseps —el constructor del Canal de Suez— donde se dedicó al trabajo alquímico y la versión de que extrajo fluidos de su cuerpo como ingrediente para lograr la trasmutación alquímica, lo cual le produjo la gangrena de sus piernas.

Robert Ambelain dice que Champagne poseía un anillo de oro, con metal trasmutado en sus experimentos, aunque no aclara porque murió entonces hundido en la miseria material y física. Sin embargo, su vida derrotada resplandece a pesar de todo, porque si la alquimia es la química del espíritu, él obtuvo y entregó el oro logrado de sus páginas, de su obra.

Obras

»El misterio de las catedrales »Las moradas filosofales

Fuente: www.razon.com.mx/cultura/

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El Misterio de Fulcanelli